Las cataratas Victoria son únicas, desde luego, un espectáculo magnífico de la naturaleza. Pero las autoridades turísticas de Zimbabue han convertido el lugar en un parque de atracciones. Pocas cosas en el mundo quedan que uno pueda contemplar en soledad. El corazón se niega a compartir con otros la visión de la naturaleza en estado bravío, te fastidia caminar como un turista más, de las decenas que recorren el paseo abierto al otro lado de los poderosos saltos, haciendo fotos, esperando tu turno para ocupar la primera fila en las estrechas terrazas desde donde se contempla el agua yendo a chocar contra el estrecho, hondo y nervioso curso de Zambeze, que corre abajo entre las duras paredes de piedra. Es un Niágara africano, un lugar que ni pintado para viaje de novios. Pero ya no es el África grandiosa y solitaria de otros tiempos.
Mientras caminaba en la fila de turistas siguiendo la senda de terrazas frente a las cataratas, una familia de madrileños se detenían catarata tras catarata, el padre filmaba con su trasto de vídeo unos cuantos planos y, concluida la secuencia, decía a secas: “Ya está”. Y todos en marcha hacia el siguiente salto para repetir la ceremonia. Aquel padre era el tipo de turista que filma y luego se entra de lo que ha visto, por que no mira otra cosa que no sea un encuadre a través del visor de su cámara. “Ya está”, y a por otra catarata. Era todo un estilo de viajar.
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