Los jóvenes en la escuela escuchan perezosamente sus lecciones, que enseguida olvidan. No leen periódicos... Se refugian en sus habitaciones, con posters de sus héroes de hoy, ven sus propios espectáculos, escuchan su música, inventan sublenguajes colectivos que le dan fuerza a su necesidad de pertenencia. Despiertan sólo en los momentos de chatear desde el anonimato de una computadora sin más nombre que el nick anónimo o en la noche al saborear la ebriedad de apiñarse unos con otros en algún antro y experimentar la fortuna de existir como un único cuerpo colectivo danzante.
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